Vivencias y recuerdos de El Cubillo, Los Chospes y Robledo

EL CUBILLO

Recogidos de Manuel Simarro Sotos y Vicente Sotos Simarro, primos, nacidos en El Cubillo en 1929 y 1930, respectivamente.
“La vega era el caramelo mejor que tenía El Cubillo”

• Había dos comidas: el almuerzo por las mañanas y una cena más ligera.
• La música del baile consistía en laúd y guitarra o acordeón.
• Cuando más vida ha tenido esto ha sido cuando la vía.
• En la guerra cuando formaron sindicatos y partidos se juntaban en la iglesia.
• Lo encañonaron cuando estaba en calzoncillos y murió del susto.

LOS CHOSPES

Recogidos de Antonio Martínez Andújar y de Pepe Serrano Gallego nacidos en 1932 y 1940, respectivamente.
“El mejor médico era que no te pusieras malo”

• Entre don Ramón y José María Yagüe toda la vega de Villaverde era de ellos.
• Había casas con el tejao de carrizo como chozas.
• En el año sesenta no habría luz aquí todavía.
• ¡Aquello sí que fue vaciarse la fiesta en dos minutos!
• Los túneles eran a pico y pala y sin merienda.
• La mujer de Bocacha mató cuatro chiquillos en los años sesenta en Fuente Mateo.

ROBLEDO

Recogidos del matrimonio formado por Emilia López González y Miguel Sepúlveda García, nacidos en 1937 y 1930 respectivamente.
“Los jóvenes jugaban a la bolea y a la chítola.”

• El almuerzo del mataero era el ajopringue, y te servía de comida y de cena.
• Los panaderos no vendían pan, si vendían era la poya.
• Cuando se llenaba la parte de abajo del autobús, la gente se subía arriba, a la baca.
• Lo colgaron de las manos para que declarase y lo desgraciaron.

EL CUBILLO

«Las casas de antes eran pésimas, porque no había medios. Normalmente la mitad de las casas del Cubillo eran una cocina y una habitación, o todo lo más dos. Había algunas casas que tenían mejores condiciones como la de Jesús García Henares que era amplia y buena. Estaba también Castillo, que fue el pedáneo mucho tiempo, que tenía una casa en la que podían vivir con cierta comodidad. Estaban también mis suegros, mis padres, y mi tío Bonifa y algunos más, pero, claro, si había por entonces 150 casas, el resto eran chicas y si acaso, tenían alguna camareta arriba con poca luz y ventanucos de mala manera. Las cámaras eran nada más que para el grano, aunque grano tenían poco, algo de maíz, habichuelas y alguna otra cosa, las patatas se solían guardar debajo de las camas porque normalmente se helaban. Los suelos eran de tierra y las mujeres lo fregaban con un cubo de agua y un trapo, sin más nada de nada. Salías de cualquier casuto℗y salías con las narices llenas de polvo. En el tejao se ponían vigas de madera, luego después caña y barro. Se echaba un pesazo encima con aquello por lo que a veces las vigas se combaban. Las paredes de fuera eran de blancoespaña℗, de tierra blanca, que se daba con los mochos aquellos de barresanto℗. Por fuera se encalaban, pero pocas.
Las cocinas eran de leña, luego ya vinieron con unos hornillos para hacer de comer, unos hornillicos con una botellica pequeña que había. Y la vajilla y el mobiliario de cocina, eran escasos, dos muebles y a la hora de comer se ponía la sartén en medio y dale que te pego, ni plato ni servilleta, ni nada.
A las diez o las once se solía hacer el almuerzo en invierno, porque desayuno antes no había. Y ya hasta la noche. Había dos comidas: el almuerzo por las mañanas y una cena más ligera.
De cuarto de baño y todo es, nada. Aquí ni uno, ni fulano, ni mengano. Y eso se hacía en el corral, o en la cuadra, o en el campo. Solamente hubo un váter, que lo puso el Jesús García Henares, hace ya unos años en un patio que tenía. Fue el primero que se hizo, estamos hablando a lo mejor de los años sesenta, o después. Y en un patio sin más cobijo, sin más nada.
Todas las casas tenían su chocica. Lo de matar el gorrino, más pequeño o mayor, eso lo procuraba todo el mundo. Lo tenían en cualquier sitio, aunque fuera en las eras. Hacían un pequeño porche allí, y allí tenían el gorrino y por el día lo ataban en las cuestas, en los terrenos de la Dehesa Boyal.

Las condiciones del pueblo han sido siempre muy malas. Las calles eran todo piedra, todo cardos, todo hierbas; de aceras nada de nada, ni empedraos. Y lo del nombre de las calles, la calle del Judío era el Cantero. El Cantero era la calle de la aldea. Allí daba el sol y había un abriguico muy bueno y se juntaban los hombres y también los chiquillos, a jugar con las perras con el guá. La calle Liri toda la vida ha sío Liri, ni la calle el iris ni la calle lirio como pone en algunos sitios. La calle Mayor es de toda la vida, la calle Olmo también, pero a lo que hemos llamao siempre el Callejón, ahora se llama Tesifonte Gallego.
No había otra entrada, que la cuesta. Antes el que tenía una burra si tenía que subirse hierba para los conejos la subía con la burra pero el que no tenía burra tenía que subir la cuesta cargao. Tenían que echar un par de mulas para subir un carro de vacío, aquello un pedragal ℗, bajaba el agua, con aquellos ruidos. La cuesta ha sido siempre mala.
Para acarrear el agua, los que teníamos caballería echábamos en las aguaeras℗ cuatro cántaros ¡y a la fuente! Y las que no tenían, pues al ijar. Las mujeres bajaban en grupos de tres o cuatro. Y cargaban con un cántaro y un botijo y allí fregaban el botijo con arena. En el botijo estaba fresca el agua en el verano y el invierno si estaba demasiado fresca, se ponía al lao del fuego.
Tenían en alguna casa una bombilla y no se podían poner más. Era un lujo. Cuando llovía un poco ya estaba la avería La luz venía de una dinamo que tenían en el molino. Eso fue en los años veinte. De chiquillo yo, (Vicente) me acuerdo que había un hierro exclusivamente para la luz y en las esquinas había casi en todas
En cuanto salías de la casa si ibas a la cuadra o ibas al corral tenías que ir con el farol, o un quinqué. Cuando estaban los de la vía había algunos que tenían carburo℗, aquello tenía un pitorro y echaba buena luz. Había otros que ni candil. Y otros una teda, un palo que se secaba del corazón de una sabina, que tiene mucha resina. Algunas casas tenían un agujero donde colgaba la teda.
La primera radio que hubo aquí la tuvo Enero. Se la hicieron unos aficionados del Masegoso, Manolo y Mario que vinieron después de la guerra, y la tercera radio que habría sería en el 1951 o 1952 cuando la trajimos nosotros (los Sotos) de Irún. El primer televisor, lo tuvo el pastor del Chato o el guarda de Jesús que tenían un familiar en Albacete, de muebles César.

De médico estábamos muy mal. Don Adolfo era el médico del pueblo, del Robledo y teníamos una maestra aquí que a cada momento estaba resfriada, doña Josefa. Cuando se ponía enferma, entonces iba yo a por don Adolfo con una burra. Me esperaba allí a que desayunara o que saliera a la puerta y así que salía llevaba encima de la albarda una mantica y allí se montaba y yo con él y así que hacía la visita, atendía ya todo el pueblo.

Practicantes había alguno pero como yo, (Vicente) sin título. Le ponías una inyección a una cabra, o a un gorrino, y si era el caso de una persona, también. Había una muchacha que estuvo en el molino bastante tiempo que también ponía inyecciones, y un barbero, anterior de eso.
De comadrona, cualquiera, no había ninguna mujer que lo fuera específicamente. Una vez estábamos trillando en la era y asomaron por ahí unos gitanos. A uno le decían el Sordo, el gitano y a otro, el Chato, que eran hermanos, Llegaron por el camino del Campillo y venía la gitana de parto. Tenía yo una casa y una burra en el cantero. Saqué la burra y se metieron allí, limpió la habitación y allí parió la gitana. Llamaron a una vecina, la vecina fue y estando allí dijeron en la puerta: ¡Hombres y mujeres que pase quien sea, que ayude! Y pasé yo y asistí al parto.

Llegó a haber ganado de la vez de gorrinos Una persona se los llevaba por el campo a darles de comer. Uno tenía uno, otro echaba dos, y luego cada gorrino se iba a su sitio. Y lo mismo pasó con lo de las ovejas. Había el ganao de la Dula, uno tenía diez, otro tenía doce, otro tenía dieciocho. Más no, veinte no, porque entonces no admitían tanto. Y cuando venían el ganao cada una se iba a su sitio.

Juan vicente
Dibujo de Valeriano Belmonte, el Bueno

La escuela no era un local del ayuntamiento. Era de uno que le decían Perote. Doña Josefa fue la única maestra. Pudo estar aquí veintitantos años. Era una bruta la mujer aquella. Tenía una vara así y la tiraba de cualquier manera. ¡Mucho cuidado! ¡Claro que para dominar a toda la jauría! Todos los críos del Cubillo, grandes y chicos, íbamos juntos. El que tenía un libro lo llevaba -los mayorcicos, claro-, y los pequeños tenían la cartilla, el catón, y si acaso un lapicero. Había tres bancos. Tenían el tintero y el soporte para poner la libreta; lo demás eran bancos aparte. Otros con su silla, y así se llegaron a juntar hasta 75 chiquillos para una mujer sola, aunque muchas veces le ayudaba una de las hijas a darles a los pequeños la cartilla, el catón, porque ella no podía con tantos. Se arreglaba como podía, No se perdía nunca un día que fuese laborable que no hubiese clase.
En la escuela, la calefacción era coger el brasero y salir calle por calle, casa por casa, a ver quién te echaba unas ascuas: Unos una badilá℗, otros otra, y con aquello ya estábamos. Ella es la que tenía el brasero en la mesa, que era por cierto de buen tamaño. Los demás estábamos apretaos y no se pasaba frío.
Y el recreo era al salir, en una era, la de Manolico que decían, donde luego hicieron la iglesia.
En cuanto tenías tiempo ¡a jugar con una pelota! La hacíamos de trapo, le decíamos la rata. Uno se la tira al uno, otro se la tira al otro, y venga a correr pacá y pallá. Jugaban a los santos con las tapas de las cajas de cerillas, y a una cosa que decíamos tiratacos. Se jugaba con bolitas de cáñamo, mascao. Hacían unas bolas de la rama del saúco y hacías con una baqueta, pum, pum. Y con el rulo, con la horquilla por toda la calle. Los críos estaban sueltos, unos descalzos y otros desnudos, más o menos. Por la noche se jugaba a los ladrones. Nos hacíamos bandos, estos son los buenos; estos son los malos y en eso se pasaba la trasnochá. Llegaba la una de la noche y estabas por ahí.

Yo, (Vicente) de ropa iba medio decentico, pero no sé qué me daba, como no iba la mayoría, y el bocadillo, lo más reducido posible, por lo mismo, porque el de al lao a lo mejor no tenía nada. Y te lo comías aparte para que no te vieran.
Aunque fuera invierno los chiquillos iban con pantalones de esos que no eran ni cortos ni largos, por debajo la rodilla, hasta los catorce o quince años. Y en mangas de camisa. El primer traje que estrené yo, (Manolo) me lo cosió Fortoso. Tendría 18 o 19 años.
De calzado solía tener un par de zapatos el mayor, luego se quedaban para el otro, y para el otro… No los gastaban. Lo tenían para si llegaba un momento dado: si tenías que ir a una misa, o tenías que ir con tu padre a Albacete o a alguna cosa, te ponían los zapatos, pero al llegar ¡quieto y guardaos! Se le quedaban pequeños al grande y le venían al otro. Como el pie estaba acostumbrado a las abarcas o a los alpargates sueltos, al oprimirlo con los zapatos molestaban.

Los jóvenes bebían cuerva, y si alguna vez no había vino, matarratas, anís de aquel. Una vez vino uno ahí del Cucharro vendiendo matarratas pa hacer anís, pa hacer rolletes de aquellos. Hicieron una paloma y todos los que la probamos estuvimos para que nos hubiera dao un colapso. No quedamos uno. Menos mal que era en las casas últimas, y de allí a la era, todo el mundo salió descompuesto.
Se juntaban los jóvenes siempre a hacer una cuerva, de dos pesetas, de una peseta, o de dos reales. Y si uno no tenía, no se iba, ya tendría otro día. Convivencia en ese aspecto si había.
Y una anécdota. Aquí había unos que le decían los tenderos, que estaban solteros, y los zagales siempre están haciéndoles fechorías, y como dejaban en el carro las tripas de vino, con cañas de centeno sacábamos el vino a escondidas. Solían vender en donde tenían el casino, al que quería vino o cuerva.

Cuando se hacía un baile ni había vino, ni cuerva ni nada. Los bailes se hacían más en casas particulares que en los casinos. Casas de esas de tierra. A una le decíamos “El Vagón”, un local que había en la plaza de la Merced, y aquello no tenía ventilación. Allí hicieron una cruz. Los viejos no iban a la cruz, iban sólo la gente joven. Y era cuando más tiempo les dejaban estar, a lo mejor hasta las doce o la una, por la noche.
Había baile si alguna vez venía un forastero, y convidaban a la casa. La madre se encargaba de salir con la hija, a por la fulana, a por la otra, la otra, hasta juntar 20 o 30 parejas. Por regla general cuando había alguna noviez tenía que ir la madre y estar encima.
La música del baile consistía en laúd y guitarra o acordeón. Aquí había dos o tres que tocaban el laúd. Antes había una costumbre que se tocaban pasodobles y todo eso pero la última pieza que se tocaba era la jota. Se tocaba la jota, pero la jota no la sabemos bailar ni tres. No solamente la jota, la malagueña, que los viejos si la bailaban.

Había boleaores y mucha bolea . Había mucha afición. Primeramente el camino de la bolea era el camino que va al Vínculo, ese el verdadero camino de la bolea, luego después ya se fue a otro. ¡Entonces eran boleaores! Decían pícala aquí, y el otro tiraba la bola y sin miedo, se ladeaba, confiando en el compañero, aunque un sobrino de mi abuelo, de una familia que se fueron a Buenos Aires en tiempo de la emigración que hubo de Brasil, Argentina y Cuba y todo eso, se quedó aquí hasta que hiciera el servicio militar y murió de un bolazo. Me parece que le decían Antonio.
El camino de la bolea tenía como linde unas viñas y trozos de pared, y había tío que salía del camino y tiraba la bola en un barbecho, porque veía que el hueco que tenía, no lo tenía el otro. Había bolas de dos libras, de cuatro y de seis. De dos libras aquí había uno del Robledo, Nicanor, que boleaba ahí en el camino como le daba la gana. Era un tío fuerte.

Las fiestas eran en San José y en Pascuas. Había misa y ya. Las fiestas más señaladas aquí, más que san José, eran las Pascuas. Porque en las Pascuas cualquier persona de aquí estrenaba un pantalón de pana. Se juntaban los hombres, y bien arreglaos, mejor que nunca. El tío Salvador dijo que tuvo el censo, casi en la guerra, en el Cubillo 150 vecinos, con los de la vía y contando la Casanueva.
Todos los años vestían una cruz, o un par de cruces, en una casa o en otra. Estaban todo el mes de mayo. Y cantaban los mayos, incluso los viejos.
El 24 de junio iban ahí donde se tiraban las caballerías y cogían montones de huesos para colgárselos en la ventana a las muchachas, aunque también ponían un ramo de cerezas o de guindas. Unos lo hacían por cachondeo y otros por malicia.

De romería se iba al Villalgordo alguna vez. Un año se mató el cabo de la Guardia Civil. Había una pelea, se pelearon los quintos del Ballestero con unos cuantos de Los Chospes, intervino allí y empezó a darles con la culata del fusil y el mismo se mató. Eso fue en los años cuarentaitantos, Del Ballestero bajaba mucha gente allí. Y de Los Chospes y de la sierra del Masegoso. Aquella romería era lo más grande que había en la zona esta, pero a estilo bruto. La de Cortes era un lujo de otra forma distinta.
La gente bajaba a aquellas vegas de Villalgordo y lo demás era tirar el canto, tirar la piedra a ver quien la lanza más lejos. Eran esas tres poblaciones las que lo celebraban: El Jardín, Los Chospes y El Ballestero. Porque del Cubillo iba la gente pero no lo celebraban luego. La gente que iba de Los Chospes venía de baile a Los Chospes. Aquello cuando se terminaba de comer se quedaba completamente vacío.

El trabajo en el campo ha sido toda la vida el fuerte, unos en su casa propia, y otros por mandarlos a servir. Había también quien se quedaba con los alpargates en chancleta, al estilo de los moros, estando sanos y a sus críos los mandaban a servir. De eso he visto yo (Manolo) familias aquí, en vez del padre ir delante.
Casi nueve meses trabajaban fuera de aquí. Había veces que se iban a la siega de Cartagena, luego a la siega de los hondos de Albacete, y muchos en las fincas que había aquí como la de Valdeguerrero, se quedaban a rozar. Había quien iba a Aldeaquemada y a Arquillos. El que tenía un borrico cargaba el hato en el borrico, en sus espaldas el crío pequeño, y la mujer otro crío, la manteja y al camino. Entonces se iban para tres meses a la aceituna y ya el dueño buscaba las familias que necesitaba.
Hasta los años sesenta casi, no había nada fijado respecto al jornal. Se lo ponían aquí cada uno. Le daban una fanega de trigo, dos libras de aceite, y poco más todo los meses y ya está. Y si tenía piujar℗ el pastor, le daba veinte duros al año. Hacia el 60 hubo unas bases que las puso el régimen que teníamos. Decía la Nati, la madre de la Emilia: -El ministro no sabe lo que ha hecho, nos ha buscado una ruina.
Y el que quería podía segar a destajo la hectárea. A José María, tu tío, que llevaba los hijos, le gustaba siempre trabajar a destajo y sabía lo que cogía y entendía.
Los barberos, unos trabajaban por igualas y otros cobraban, unas dos pesetas. Últimamente aquí venía uno del Robledo que le decían Pezeta. También fueron barberos Baches y Juan José el del Cojo, y el hermano Pernales. Este estuvo aquí en guerra y luego se fue a Albacete y se murió de peluquero.
El molino era del concejo de Viveros, luego pasó a propietarios. Una parte se la quedó uno del Bonillo, los Utrilla y mi abuelo. Nosotros, (los Simarro) en la guerra murió mi padre, y estuvimos 15 años en el molino, y luego hubo otros hasta que ha desaparecido. El molinero cobraba en especie. Maquilaba de cada fanega un celemín, a lo sumo, aunque unos tenían más pérdida que otros por la calidad del grano.

La gente trajo bastante piedra de la Casa de las Pulgas. De allí se decía que había un tesoro, incluso alguno de los vecinos llegó a picar allí. Había un hombre que decía que tenía mucha fe, que le decían Braulio, que estuvo picando. El tesoro de la Casa de las Pulgas era un bulo, nada más que eso, como el árbol encantao. Hay un paraje que le llaman el Olmo del Encantao, que había un olmo, pero se ha secado y se ha caído y ya está.
La iglesia antigua decían que estaba al final de la calle Tesifonte Gallego. A mí (Vicente) me lo dijo el cura. – Aquí en este sitio fue la primera iglesia que hubo. Donde tenían el basurero los parasoles, al lao de lo de Paquito, al final hay una era, pues ahí. De la iglesia actual yo sé que mi madre con la madre de Jesús, que era la gente más pudiente que había aquí, fueron a pedirle dinero al marqués de Valdeguerrero a Mirones. El cementerio lo hicieron en 1929.
El marqués de Valdeguerrero era el propietario de toda la vega, desde el camino de la Máquina para abajo hasta Los Chospes. A derecha e izquierda del río todo era suyo, también monte, incluso dentro de la finca de Jesualdo tenía propiedad. Aquí arriba donde decimos la obra Alcaraz, también era del marqués.
La administraba un administrador, la cultivaba todo el pueblo y no pagaban casi nada. La vega, aquello era el caramelo mejor que tenía El Cubillo. Los que tenían tierra en la vega se les notaba. Había muy pocos que no tuvieran. Esos que se iban y volvían a los dos o tres meses también tenían algo.
Cuando mas vida ha tenido esto ha sido cuando la vía. Con el jornal de la vía y la poquita vega la gente vivía bien. Había movimiento en el pueblo, se veía lleno de gente, había ambiente. Podía haber un 40 por ciento de gente forastera. Dormían en las calles. Los que venían de fuera eran los maestros canteros y los arrieros, con una riata de burros para llevar piedra. Los peones eran de aquí. Les daban tarea y a partir de las tres de la tarde se ganaban otro jornal en la siega.
Hubo incluso portugueses. En los Chospes había dos o tres familias enclavadas. Aquí empezó en 1928. Comenzaron en El Jardín una fase y a los dos o tres meses ya empezó por aquí otra brigada. La vía tuvo un parón de muchos años. Después de la guerra fue más continuo el trabajo hasta que taladraron el muro ese que hay yendo para El Robledo, el Túnel que decimos, eso es lo que más costó.
Augusto murió en los dientes de la vieja en 1946 en el puente donde se inician las escaleras. Y por el túnel de Los Chospes también murió otro, que fue el primero. Trabajaban a destajo. Hacían agujeros para meter la vagoneta y ellos despegaban la tierra. A ese lo pilló, y a Perico, el del Puto, lo dejo envuelto.

No sé si fue en la guerra cuando formaron sindicatos y partidos. Se juntaban en la iglesia.
Lo que si se notó, en la guerra era que los embaucaban a los más incultos a hacer algunas barbaridades, que luego, y resultó lo que resultó. Los que se consideraban como políticos, tenían más cabeza, tuvieron sus represalias pero bueno, no hicieron nada que fuera deshonesto nada más que defender sus ideas. De lo ajeno se aprovechó gente que luego se puso la camisa con las flechas.
Aquí sólo trajeron una galera y un poco ganado de Matas Negras. Las trajeron y aquello duro aquí 24 horas, se lo llevaron otra vez. Aquí en El Cubillo nadie se metió con nadie, al contrario, el terrateniente de aquí era Ortega, y a Ortega ni le tocaron ni le hicieron nada y luego esos si fueron represaliados y los trataron mal.
Que murieran en la guerra, aquí hay dos o tres: Juan Antonio Pallarés, el de la Adela, murió no se sabe dónde, ese es de los desaparecidos. El otro, el hermano de la Fermina, Jesús Sánchez González, también murió en la guerra, y otro, Emiliano Moratalla, -le decían Pitos,- que era hijo de Josete, se fue a la guerra, y no si de las mujeres o de la guerra el caso es que murió en la guerra. Remolino, que se llamaba Domingo murió en un accidente, en Seo de Urgel, se ve que estaba limpiando un arma, -¿A qué te pego un tiro? Y se ve que estaba cargada.

Después de la guerra no había más que miseria y molestias. La discriminación continuó, eso ha estado hasta anteayer. La represión era de ese tipo, personal no. Había un fichero en la Guardia Civil de mi misma familia, y todo el que tenía más de 16 años ha estado fichado ahí toda la vida, ponían la palabra “rojo”.
Y todo porque uno de la familia cometió el error de meterse en la política. El único. Se destacó sin molestar a nadie y sin señalar a nadie. Y así y por ese, fuimos señalaos toda la familia. Juan Dionisio Sotos, un tío nuestro, estuvo preso en Alcaraz porque fue presidente del Frente Popular, lo pusieron después de comenzar la guerra y después de la guerra lo llevaron a Albacete y a Burgos, y en Burgos salió, y también estuvo preso José Batanes, que lo tenían de guarda los de Villaverde, a ese lo marearon mucho.
Ángel Soriano también tuvo sus tropiezos con la Guardia Civil. Él estaba ahí de enlace entre los maquis de Villapalacios y los de la casa el Corazón de Caracolares, que está ahí al lao de Tiriez, y ahí fue donde pillaron a Pocarropa. Cuando vino la Guardia Civil a por él, llamaron a su casa, -¿Quien va? – La Guardia Civil. -Voy que me estoy vistiendo. Y mientras, se fue por detrás y recorrió tres o cuatro corrales para salir fuera y en un olmo que había en la plaza, ahí se subió, porque sabía que estaba cercao todo de la Guardia Civil. Se zafó como pudo y vivió en Francia. Vino después dos veces y la casa que tenían aquí, le había quitao el ayuntamiento la teja, y la tenía allí, y para que no se aprovechara nadie empezó con un palo a romper tejas. Eso lo vio muy mal toda la gente del Cubillo. Estaba casado con Ana Peñate, le decíamos la Canaria, era una excelente persona, tenía una sensibilidad de mujer. El que murió aquí fue un hermano que trabajaba en Barcelona y que estaba aquí de vacaciones cuando aquello. A ese y a su mujer lo encañonaron cuando estaba en calzoncillos y murió del susto.
Cuando cogieron al Pocarropa llevaba una lista de los que estaban en la política, todos los destacados de toda esta zona. La Guardia Civil los cogió a todos y los llevaron a Alcaraz. De aquí del Cubillo, se llevaron a Vicente el de la Casilla, y a mi tío Dionisio. Mi tío juro y perjuro que no los había visto, le cascaron y casi lo matan a palos. A la mujer de Dionisio le arrearon una paliza en la era. Otros si estaban enredaos con ellos, como Alfredo el de Los Chospes, y Vicente, que les vendían allí en la casilla, conejos y cosas de esas. Y con José de Ambrosio también se juntaron en la casilla de los peones camineros, luego después lo ficharon y le pegaban cada paliza.
Cuando el marido de Marina Gil estaba en la cárcel, ella se metió de estraperlista con otro, que había sido molinero, el José Ángel se llamaba, y estuvo por aquí estraperleando y viajes para acá y viajes para allá y salió un crío que le dicen el Rebuscao.

Con respecto a lo de la vega del marqués, después de la guerra y fuera de los cuatro que pudieron comprar algo todo lo demás se la quedó Jesús García Henares, que era el administrador. Hablo con marqués y al parecer le dijo que se la iban a quitar, le metió miedo y eso, y le contestó: -Haz lo que quieras. Y así la puso en venta, y el que la tenía y la pudo pagar se la quedó y el que no, la tuvo que dejar. Fue la época en que empezó la emigración. El que no tenía na, na, na, pues como iba a comprar y el que tenía algo ya se lo pensó y en vez de invertir, cogió la maleta y se fue. Y por eso le salió redonda y se quedó con la mayor parte.»

LOS CHOSPES

«Antes había cuevas. Estaban habitadas aquellas cuevas por gente que era ambulante que iba pidiendo por los pueblos. Queda una cueva en la venta, la que está cerca del camino, que todavía conserva el humo de cuando se encendía. Hubo un matrimonio de edad, a lo mejor tenían 50 años, y estando allí, como había nieve, el hombre fue a por un poco de leña, y de que vino la mujer se había helado dentro de la cueva. Eso fue después de la guerra, y la gente, que iba a verlos se reían, diciendo: -Mira pues si está riéndose, no está muerta. Le hicieron una caja, con cuatro tablas, echaron la caja en un mulo y la llevaron al cementerio.
En las Cuevas del Arquillo había, a lo mejor, 20 familias viviendo. Estaban las cuevas arreglás. Había gente vieja que había vivío allí siempre. Trabajaban de pastores, echaban algún jornal en el Arquillo, y cogían algún pez en el ojo e iban a venderlo o a cambiarlo. De la laguna para bajo hay una vega buena pero no era de ellos y de ahí para arriba era de los Flores. La gente de las cuevas no tenía nada. No tenía más que lo de los Flores entre los dos ojos y allí tenía cada uno un huertecete como una cocina y lo cultivaban con la azá, sin más medios. Alguno se dedicaba a escarbar en las carboneras para encontrar trocicos de carbón y así juntar dos kilos o tres. La leña la bajaban a cuestas y rulando los haces del cerro. El gorrino, estaba allí junto con ellos, y la burra.
Pescaban la lubina, el barbo y cangrejos muy buenos. Los pescaban con arneros, con garlitos y trasmayos. Los garlitos los hacían con mimbre. Cortaban como un manojo de mimbre con la punta fina, y lo iban haciendo a modo de arco y en la boca ensanchaba. Los peces entraban con la corriente del agua pero ya no sabían volver, porque estorbaban las puntas, que las ponían de modo que los peces no volvieran. El trasmayo es una lona con hilo, con el hilo tejío como una malla, con plomos en la orilla, y el plomo se ahondaba. Daban palos al agua y entonces se iba metiendo el pez o el cangrejo. A lo mejor cogían dos kilos de peces y los llevaban al Robledo andando y a cuestas y para acá se traían dos litros de aceite. Allá por el año 1959 todavía había gente allí. El último que se quedó era un hombre que le decían Juan Ramón. Se quedó allí solico.

En Villalgordo también vivían muy pocos. Hasta que lo compró Peiró, era de Jesualdo. La vega, a este lao del río, era de Jesualdo.
El molino del Martinete, y lo del Martinete para abajo, era de los Ruedas, unos que procedían del Bonillo. En el Martinete había otro molino por arriba, del padre de Jesualdo pero ya en el término de Masegoso. Cuando nació mi madre (de Antonio), que nació en el Martinete, mi abuelo era el Batanero, estaba allí en el batán que es ahora de Peiró. Se vino de Villahermosa, aburrío, por eso le decían el batanero. El batán era del padre de Jesualdo y vivían en una casa que era de él también. Donde pone batán es que había un batán. Y donde pone martinete había un martinete, claro.
El batan de la Juana es lo que está abajo. Antes había dos batanes, donde abatanaban los pañetes, las mantas, eso hace ya que se perdió. Ahí no había más que un cortijo.
Toda la vega entera desde Los Chospes hasta llegar a Villaverde era de José María Yagüe, lo vendió -que es lo que tiene ahora el Cano del Jardín- y se quedaron ahí unas parcelas los de los Chospes y don Ramón también tenía, y lo ha ido vendiendo. Lo de Villaverde llegaba hasta bien arriba, Los Chospes no tenían ná. El carrizal lo cultivaban en arrendamiento los de los Chospes, y por eso ahí no había entonces prao ninguno.
En Villaverde había dos molinos. Había uno pegao a la carretera del Ballestero, que está la casa todavía en pie. El otro ya no hay nada pero también se ve el canal, porque lo modificaron e hicieron una vivienda. Arriba está la casa del Pollero pero ahí no hay molino.
Uno había en la carretera, que está todavía y es el molino Majano.

La vega del Cubillo era del marqués y llegaba desde El Cubillo hasta la Piedra Trastera, un poco más abajo del puente del rio. Desde la entrada de los Chospes para abajo, a lo mejor tenía el marqués cuatro o seis fanegas de tierra.
La vega del Campillo, del Vínculo y todo eso era del Ballestero. Esa vega era entera del Ballestero, primero de una familia que luego lo han ido dividiendo los herederos, menos lo del Vínculo que era de la familia del Nano y lo de Campillo, que los que vivían allí tenían muy poco. Lo que es la vega del Campillo para abajo por esta parte y que llegaba casi hasta los Chospes, era de ellos, porque la otra parte era de los Canacas. En el Campillo había un molino que está todavía bastante bien y el de Gangarra que puede que estén hasta las piedras y el del Vínculo también. Esos se han hecho viejos y se están cayendo.

Todo Villaverde era de don Ramón Palomar, que era del Bonillo. La vega toda, según venimos del Jardín. La finca llega casi al Vínculo y hasta la central de Villaverde. Entre don Ramón y José María Yagüe toda la vega era de ellos, pero a los dos lados del río. Estaba la vega parcelá y en arrendamiento la mayor parte y uno tenía dos celemines, otro media fanega, y así vivía la gente de los Chospes.
Pagaban muy poco. Por eso al ser renteros viejos les dieron para recobrar la propiedad sus amos un 40 por ciento del terreno, para quitarlos de ahí. Les dieron sus escrituras y todo, por eso ya ni limpian el rio ni pueden criar nada, está todo parao.

Había casas con el tejao de carrizo, como chozas. Había una que todos los años subía el amo dos o tres cargas de carrizo y se las echaba y tenía la casa un manto de carrizo y barro de metro y medio, ya podrío. Se iba haciendo casco y eso como se iba asentando, el agua corría por encima. Antes eran casutos malos con una habitación, muchas a teja vana, la cuadra ahí a la par, la choza del gorrino, y así vivía la gente. Las calles eran de tierra, piedra y tierra igual que los pisos de las casas que eran todos de tierra. Quitao que la parte de arriba, los Chospes era casi como es hoy.

Las aguas las traían a las casas desde las fuentes. Iban al Ojico, que se va por el camino del cementerio, a Fuente Salada que se llama. A la alberca también iban mucho por agua, por la Boquera. Ahí en la vega del Vincu estaba el ojo Gonzalo también, aunque era muy blanda. A un kilometro más o menos están todas estas fuentes. En el río había losas de piedra y ahí lavaban las mujeres.
La luz venía del Vínculo, con una dinamo, con un motor y la línea iba por la vega con palos de sabina. El Vincu era de Andrés González. La dinamo no era segura y aquello lo quitaron y estuvimos sin luz un montón de años. En el año sesenta no habría luz aquí todavía. Nos alumbrábamos con el candil, el quinqué y el carburo, aunque quinqué había poco, carburo más.

la indición
Dibujo de Valeriano Belmonte, el Bueno

El médico era que no te pusieras malo. El médico estaba en El Robledo, don Adolfo, y el hombre iban a por él con un burro y venía montao pues no tenía coche. Si era en el invierno se tapaba con una manta. Le traían el burro o la mula del ramal, y cuando no estaba iban a por el de Masegoso, con la burra también. Y si no, el enfermo iba montao a verlo, si es que no se moría antes de llegar.
Uno cualquiera ponía inyecciones. Había muchos, la madre de Samuel y Antonio el barbero, Pedro Antonio, la Elia y yo (Pepe) también he puesto inyecciones. Manolico le estaba poniendo a mi padre inyecciones en la vena, y se le infectó una y ¡si pocas se muere! Eso era más delicao, pero poner las inyecciones para un resfriao eso lo hacía cualquiera. Comadronas había muchas mujeres que entendían de eso, la madre de Samuel, la tía de los Cueveros, la Caridad, la Valenciana que decían. Las llamabas y le cortaban la tripa al chiquillo, lo lavaban y ya está.
La casa donde estaba la escuela era del suegro de Pepe. Consistía en un local con cuatro bancos y las mesas y ya está. Había un maestro para todos, era escuela mixta, y como sistema de calefacción el maestro tenía un brasero en su mesa y cada vez nos mandaba a un chiquillo a recoger brasas. Íbamos a las casas, te echaban una palá de brasa en alguna casa, en todas no, y se ponía el hombre el brasero ahí debajo y los demás nada. Maestros nuestros fueron el padre de la Manola, y don León. Era este un hombre muy serio, muy alto y muy formal. Antes estuvo don Manuel Buendía, el padre de la Manola de abajo de la venta, que fue maestro muchos años, desde que terminó la guerra.
Los maestros trabajaban en malas condiciones. El maestro explicaba, ponía muestras, y si no sabias ibas y se lo decías y te explicaba la cosa. No había cursos como ahora.
A la escuela irían 60 chiquillos pero se barajaban mejor que ahora, allí no se movía una rata, Y si alguno veía el maestro que entretenía al otro, se acercaba y le daba con la paleta en el pescuezo, una regla así de larga, y una correa enrollá en el bolsillo. Y si alguno iba al padre, -¡Me ha pegao el maestro! le daba el padre también.
En la casa de Filemón, me acuerdo (Pepe) que fui con José Antonio Panales, que daba lecciones por la noche para los que trabajaban, y fueron a denunciarlo. Se presentó alguien del Robledo, y le dijeron que lo denunciaban si no cerraba aquello. Vidal también daba lecciones.

Se echaban gorrinos de San Antón. Se subastaba y lo que daban por el gorrino se guardaba y con lo que se recogió durante varios años, más lo que dio la gente para la ocasión se pudo hacer la iglesia. Y es que aquí los gorrinos de San Antón se hacían muy grandes. Como curiosidad, Paco Gafas tenía una alfalfa debajo de las casas, y se picó el gorrino en la alfalfa y le tuvo que pegar dos o tres palizas y luego le tocó el gorrino a él. Se hizo la iglesia y se compró San Antón y luego compramos una Virgen, ahora hay dos. La iglesia es de San Antón, porque es el patrón de aquí, desde siempre se celebra San Antón.

gorrino anton
Dibujo de Valeriano Belmonte, el Bueno

Para las fiestas de San Antón, antes de haber iglesia no venía ningún cura. Luego después sí. La fiesta era que se montaban en un burro le daban a la carrera la calle adelante y le daban dos vueltas al burro y ya está. Se hacía baile con un laúd y una guitarra. Los músicos eran de aquí: El Rallao, El Loren…. ¡Menudos bailes hacíamos! Los bailes normales se hacían los domingos y fiestas. Aquí se estaba siempre de fiesta, este pueblo era muy fiestero. ¡Perras no había pero fiesta! El baile empezaba a las nueve y a las doce o doce y media o la una, fuera. Se bebía cuerva cuando éramos jóvenes, Y luego después cubalibres. Y como no teníamos agua corriente, en el mismo cubo allí se enjuagaban los vasos que se usaban para beber.
Los del Cubillo a veces no eran bien recibidos porque había alguno en el Cubillo que era algo pendenciero y venía aposta a liarla. Picaba a cuatro de allí y aquí -que estaban los animales ya preparaos-, quedaban en la presa del río y allí se cascaban. Pocos días había que no hubiera jaleo y cuando se liaba no se echaba ninguno atrás. Del Robledo no han venío nunca ni a bailes ni a nada, ni de aquí a allí.
A las cuevas del Arquillo también iba gente de baile. Iban con guitarras a hacer bailes allí. Las cuevas del Arquillo eran como un pueblo. Como había mucha gente entonces en el campo, a lo mejor había un cortijo como el Vincu o Vaoblanco -que había dos matrimonios y tenían cuatro o cinco hijos cada uno- y entonces se juntaban y venían cuatro pastores y dos muleros que había en el campo, a lo mejor en tiendas, y ya estaba el baile.
Lo de ir a la romería de Villalgordo se ha perdío mucho. A Villalgordo se iba el domingo de Pentecostés, puede ser a últimos de mayo o primeros de junio. Los quintos del Ballestero traían la Virgen y les daba una comida el ayuntamiento. Se comían un cordero. Antes era la gente de aquí la que iba, del Jardín y del Ituero, pero del Ballestero venían cuatro. Del Ballestero los quintos y poco más: pero ahora ha cambiado, ahora no va la gente de aquí, ni del Ituero, ahora son del Ballestero.
Había allí cuatro puestos. Se compraba turrón y una copa de anís que vendían y ya está. Nos echábamos nuestra merienda y la comíamos en la vega. Había una fuente, nos poníamos a la sombra de los árboles, al lao del río.
Sobre el accidente del guardia civil pasó que los quintos que estaban de juerga, y el Bartolo del Ballestero, como era tan campechano, se acercó a un puesto de almendras y le empezaron a echar cosas a los quintos. En aquello estaba la fiesta y salió Paco Gafas y Samuel, uno con la yegua del ramal y otro detrás montao y un zángano de los quintos pegó un blinco℗ y se quedó montao en la yegua y se le ocurrió darle una aguantá℗ al chaval. Allí había unos 30 quintos, todos medio borrachos, y se liaron con ellos. Entonces vino la guardia civil y le dio con la culata en la riña y se escapó el tiro y se le metió por la teta y dijo: -¿Por dónde se ha ido ese tiro? No dijo más y se cayó. Aquello sí que fue vaciarse la fiesta en dos minutos.
Cuando la traían otra vez al Ballestero, el día 29 de setiembre, día de San Miguel, al pasar por Villaverde la dejaban la Virgen un rato en un poyo que hay y a lo mejor estaba la Virgen ahí pará media hora. Ponían puestos de almendra y de vino a la orilla de la carretera y se juntaban los de Los Chospes y los del Jardín y venga a pasearse; entonces no pasaban camiones, nada más que carros.
Los juegos eran al estilo bestia: la bolea y la reja. Se boleaba en el camino del cementerio, a la cuesta arriba primero, luego enseguida está llano. Aquí había buenos boleaores. Emilio el de la Ramonaca y yo (Pepe) hacíamos pareja y hacíamos leña. Había muchísima afición a la bolea. Un día teníamos media arroba de cuerva y la habían dejado la garrafa debajo un chaparro. En el efarre℗, pica el Emilio una bola y viene pin, pin, pin, pin….. ¡a la garrafa! ¡Al pijo la cuerva! ¡Mira, pisaba la gorra!
Otros juegos eran el canto, la piedra, la reja y el estiragarrotes, que consiste en ver si se llevaba el uno al otro. Hay que tener en cuenta que nuestro santo es San Antón, el patrón de los animales.

Las carboneras, se empezaba por allanar un terreno. Luego ibas haciendo la chimenea por el centro, dejando un hueco hasta arriba, hasta la boca y para que no cayera la brasa al suelo se ponían piedras o palos por debajo. Esa capa era para que no cayera el fuego al suelo. Se iba haciendo una especie de cono con trozos de madera de metro más o menos, y se forraba con monte, un montón de hojarasca o aliagas remolías, para que la tierra no se metiera. Luego iban echando una espuerta delante de otra de tierra hasta echar un palmo de tierra de grosor, de manera que por allí no saliera humo ninguno. Se encendía una lumbre y se echaba la lumbre por la boca. Para subir a la boca ponías palos en la misma tierra, para subir andando. Había que estar pendientes de la carbonera las 24 horas del día porque cuando echaba humo, había que echar un relleno, porque si no ardía, y no se hacía carbón. Todo tenía que ser a fuego lento, como recocío y eso duraba a lo mejor un mes.
Yeseras y caleras también había. Yeseras hubo ahí en la carretera yendo para el Cubillo y en el Batán de la Juana, y se sacó también piedra de los túneles de la vía. O sea que yeso había aquí en varios sitios.
Sacan la piedra de las canteras que son de yeso y la traen al horno, un horno hecho de piedra. Meten dos o tres piedras gordas y luego rellenan el horno de piedra viva, de yeso. A continuación hay que empezar a meterle leña por debajo, y tiene que estar no sé si 24 o 48 horas sin parar. La del Batán de la Juana ha sido la última que ha habido por aquí. La tenía el Andaluz, y esa desapareció cuando éramos críos. Se dedicaba a hacer el yeso y a venderlo por ahí.
Las caleras funcionaban igual. Hacían un arco de piedra, un hueco y una pared. Iban metiendo la leña, la llama no podía parar, y así que sale la llama por encima de las piedras, ya estaba quemá. Con la calera de piedra tenías que estar 24 horas metiéndole leña sin parar; en cuanto te descuidabas 10 minutos ya se te hundía, ya que la lumbre es la que sujeta la piedra. Ahí en el Cerrajón se les hundió una. Se les olvidó meter leña y se les hundió. En Villaverde había una al pasar la Casa Majá.

La vía se empezó antes de la guerra. Vinieron aquí mucha gente de fuera, entre ellos nuestros padres, de un pueblo de Granada, y de Vianos (el de Antonio). Portugueses vinieron un montón aquí. Los canteros buenos eran forasteros. En el cementerio hay una losica de un chiquillo de la Ossa, que la hizo un cantero de esos, que por cierto no le faltan flores nunca. Había un gentío aquí, en todas las casas había muchas, se metían como los gorrinos tos juntos. Se metía una familia en un localico de diez o doce metros. Los túneles eran a pico y pala y sin merienda. A mi padre, que era picapedrero (dice Pepe), le llevaba las tortas de ceba como merienda al Cerrajón, el cerro que hay entre el Colmenar y la Casanueva.

Sucesos. Caridad de la Rosa murió en el canal de la fábrica de Villaverde. Se salió a dar un paseo como muchos días, pero como había perdió la memoria, la mujer se despistó y estuvo dos o tres días sin aparecer y fue a parar al canal a donde está la central y allí murió ahogá o helá, porque el agua le llegaba por los tobillos. Se ve que se cayó y no supo salir. Era invierno y en cuanto cayera al agua se helaría.
Murió uno en la laguna de Villaverde. Era el primer marido que tuvo la Honorada. Fue a por un ánade que había matao y se ahogó.
La mujer de Bocacha mató cuatro chiquillos en los años sesenta en Fuente Mateo. Subió del Jardín con las cuatro criaturas y ahí en la Fuente Mateo, que había una alberca, las ahogó. A una hija mayorcica que se defendía le dio con una piedra y luego la ahogó. Así que se murieron se bajó a la carretera y se echó a un camión, y al bajar al Jardín el camionero dio cuenta y entonces vinieron. Decían que con el marido se llevaba bien. Algo debió darle a la mujer para hacer esa barbaridad.

De política se habló siempre poco, había miedo.
Empezó la guerra y salvo cuatro como el Jaque, Pilar, Juan Dionisio, que era del Cubillo, pero vivía aquí, aquí no pasó nada. La gente se fue a la guerra y ellos eran aquí los jefes, les decían los rojos. Después de la guerra los metieron en la cárcel. Entre los destacados también estaban Demófilo Sánchez, el Rojo Caches o Diocleciano Marqueño, que estaba de guarda con el tío Ortega en la Casa Nueva. El tío Ortega su tuvo que ir, y Diocleciano, un hombre de su confianza, lo primero que hizo fue traerse una yegua muy buena y la escopeta. Era comunista. Toda esta gente fue la que se hizo con las cosas de esos, pero claro, al acabar la guerra, se lo quitaron a ellos y los hincharon de palos. ¡La ruina entera se gobernaron! Juan Dionisio era el jefe, y Pilar Redondo, que era listo.
Toda esta gente estuvieron en la cárcel, pero no hicieron nada, el que se manchó las manos, ese no volvió. Y nadie les ha guardao rencor.
A la cárcel fueron muchos. Diocleciano estuvo en la cárcel a lo mejor diez o doce años. El Jaque fue el peor parao. También estuvo Mariano García Redondo que no era mala persona. Y José Antonio Marqueño, sobrino de Diocleciano. Represalias durante la guerra, no hubo, y estragos aquí tampoco hicieron.
La colectividad era como una sociedad que se formaron unos cuantos con lo que no era de ellos. Cuando empezó la guerra se fueron los hombres a la guerra y los que quedaron por aquí, como los dueños se habían ido de sus fincas, entonces los dirigentes se incautaron de esas fincas. La finca de la casa del Sabinar era de un médico del Ballestero. El médico tuvo que abandonarla y entonces las mulas que había y ganao, lo cogió la gente que no tenía na, y se hicieron los amos. Y en el cortijo de Miguel Garví, pasó igual. Era del Ballestero y se tuvo que ir de su pueblo. Samuel Flores se tuvo que ir fuera de España y a la mujer, que era muy buena con los pobres, la mataron en su casa y al chofer de don Samuel, por ser chofer de don Samuel lo mataron también. De los curas, todo el que no se escondió lo mataron.
La gente de aquí trabajó en esas tierras. Los dirigentes de todo eso fueron Juan Dionisio, Pilar, el Jaque (Rufino), José Joaquín, y los otros cuatro desgraciaos iban donde les mandaban; había cuatro de aquí trabajando. La gente que venía no era gente de aquí, era gente que venía de fuera. Y a Juan Dionisio le hicieron jefe, estaba en la casa del tío Ortega, allí tenía su despacho, en El Robledo.
Funcionó la colectividad durante los tres años de la guerra. A lo mejor en cada casa de esas había tres o cuatro familias y cuando acabó la guerra los dueños la recogieron otra vez y cada uno se fue a su casa.
Alpidio Torres Palomares, se fue de aquí en la guerra, ya no vino, ya no volvió aquí. Se fue de aquí casi huyendo, por lo que hubiera hecho. Y un hijo de José Joaquín murió en la recta de Balazote. Filemón López Sotos se llamaba, pero no lo mataron, es que se tiró de un camión. Venían en un camión del frente, se le cayó un sombrero y se tiró del camión a por el sombrero y al caer se reventó. Se mató el sólo. El marido de la Pilar del Jardín, la madre de Alonso se fue a la guerra y no volvió. A Charcos también se le mató un hijo, pero fue de muerte natural.

Refugiados aquí vino mucha gente, evacuaos les decían. En mi familia (de Antonio) hubo uno de Palma del Río, y estuvo unos meses. Y en la mía mi tío Emilio, el hermano de mi padre. Los repartieron por aquí. Era gente buena, con su familia.
Después de la guerra algunos, que los iban a matar, se echaron al monte con la escopeta, bien armaos si iban. Eran los maquis. Estuvieron por aquí, por lo menos cuatro o cinco años, o seis.
Se empezó a hablar cuando robaron el camión de la vía, sería por los años cuarenta. Venían a pagar a la vía con el dinero de los trabajadores y pararon el camión en la carretera y les robaron el dinero. Como estaban escondidos aquello no dio la cara. Estuvieron varios años escondidos. Estaban por aquí pero no los conocía nadie. Por aquí había ocho o diez. Tenían sus bases por ahí. En Mirones estaban a menudo. El mismo mayordomo los tenía en su casa acostaos y conocían la marcha de la finca y por eso robaron a la marquesa, la dueña de la finca de Mirones. Estaban comiendo a mediodía y aparecieron en la puerta con la escopeta en la mano, los asustaron y se llevaron todo lo que tenían. Del susto ya no volvieron más a la finca y la vendieron.
Aquí, igual que en Andalucía, estaban por todas partes. Iban a la tienda de los pastores y tenías que darle lo que tuvieras, harina, pan… y el dueño lo sabía pero no podía meterse con ellos, porque a lo mejor le pegaban un tiro porque ellos no tenían nada que perder. Estaban esperando que los mataran, huían de todo y tenían acobardá a la gente de los cortijos, a los dueños y a todos. A lo mejor llegaban y tenías que darles alojamiento, tenías que dejarle la cama y ellos dormir en un cerro de paja, y si se enteraba la guardia civil, no te digo nada entonces. En los cortijos tenían que tenerlos por narices, si dices algo te vuelan la cabeza, tenían que acogerlos por obligación. Si llegaban a un cortijo y los delatabas ya estabas muerto. Si hablabas a favor de los maquis la Guardia Civil te hinchaba de palos y si no los otros te cortaban la cabeza, así que estaba la gente acobardá. Tenías que estar callao por los dos laos.
A lo mejor había diez en la partida y dos o tres por aquí. Al paso pillaban la Venta Segovia, o el cortijo de Arteseros, o el cortijo que fuera. Ellos tenían su sitio ahí en el cortijo que hay en la Boquera. Había un jefe, sería Pocarropa. Otro de ellos, el Guzmán conocía a mi padre (de Antonio) que estaba en la venta Segovia de pastor, porque también era de Vianos. Iba allí varias veces a la tienda, pero cuando se enteraban que los abrigaban, cascaban, y mi padre le dijo mira no vengas más que me pones en un compromiso, que necesidad que me metan en la cárcel o que me hinchen de palos.
Este Guzmán estaba con la cuadrilla, pero no se entendía con ellos y se separó, y estuvo por ahí solo. Luego se volvió otra vez con ellos y entonces fue cuando sus mismos compañeros lo mataron, se lo llevaron en una burra y lo echaron en una sima por el Arquillo, la sima de la Chaparrosa.
Pillaron a los maquis a los pocos días de matar a Guzmán, dieron algún chivatazo, y como lo mataron por aquí, se les echaron encima y los cogieron por aquí. Pocarropa era el jefe. Y no esperaron a que declararan, les tiraron a dar.

De estraperlo venían de Andalucía vendiendo aceite. También había gente de por aquí que se dedicaba al estraperlo, pero de noche, por fuera de camino y con una borriqueta o con dos arrobas de aceite a las costillas. De Bienservida venían de noche y si los pillaban les quitaban el aceite y los hinchaban de palos. Si había alguno que tenía un buen puesto, o estaba bien mirao por las autoridades, pues hacía negocio, claro.
A los arrieros también les quitaban el aceite. Cuando se fue el sargento Sordo, entre el sargento y el alcalde Jesusete, si pillaban diez cargas de aceite se las traían al Robledo y ellos sabrán lo que harían. Pero no sólo con el aceite. En los molinos tenían que moler a escondidas, porque tampoco podían moler. Si iba a un molino la Guardia Civil, y lo pillaban les precintaban el molino. En las tiendas estaba todo racionao, el tabaco, el pan. No podían vender casi de nada. Estaban entonces las cartillas de racionamiento.»

ROBLEDO

«La mejor casa del pueblo era la de Miguelico, que estaba donde vive Antonio el farmacéutico. Era una casa más recogía y de más lujo. También la de Amós. Luego estaba la de Antonio Ortega, que era tío de Jesualdo Cuerda y no tenía hijos. La de Hilariete tenía mayor extensión, pero no era una casa refiná, no era una casa de lujo. Manuel del Chato tenía una casa también muy buena, una casa de labranza. La parte de arriba de estas casas solían ser cámaras. El Nano tenía también muy buena casa, con su pozo. Y la del padre de Pepe Martínez, el tío Yunquera, que es la casa que llamamos del Juez. Este hombre tenía una finca en la Yunquera y por eso lo llamaban así. Era la única casa que tenía aseo, pero un aseo de aquella manera, una tabla larga con dos agujeros y un poyo en medio y ya está, no había más. Aseos en las otras no había, porque no había agua. En la casa de los Garví, había un pozo pero no valía el agua y no iban a sacarla para eso a cubos, porque motores no había.
La casa de Miguelico tenía un mobiliario muy refinao, porque la mujer, que era de la familia de los Flores de Peñascosa, era muy fina, y además no necesitaba criada. Ella se lo hacía todo y eso que tenía cinco hijos. Los otros tenían criadas, siempre las han tenido.
Casas malas había muchas. Tenían si acaso, una habitación y una cocina, y había cinco, seis o siete para dormir.
Las calles estaban muy mal. Solamente estaba empedrá la calle Mayor, que la empedraron en la guerra los vecinos, voluntariamente, y de balde, porque no había dinero. La parte de delante de la iglesia no estaba empedrá, eso lo hicieron después. No había aceras y cada uno arreglaba su puerta como podía. La parte que no tenía dueño estaba que te caías y te enterrabas allí.
De los edificios del pueblo, la iglesia ha cambiao poco, aunque la torre antes era más bonica. La casa del cura estaba enfrente de Poli. Vivió un cura ahí pero después se cayó la casa.

El ayuntamiento viejo estaba enfrente del actual, donde estuvo el calabozo. Era entonces una casa derrumbá y jugábamos los críos allí; le decían “el ayuntamiento viejo”.
El cuartel de la Guardia Civil estaba en la calle Mayor, en la casa de Vicente Tisnajo. Después se llevaron los guardias a Peñascosa. Luego pusieron el cuartel en la casa de Miguelico, y después hicieron el cuartel nuevo donde está ahora. Las escuelas estaban en el ayuntamiento, las crías arriba y los críos abajo.

La fuente Muleto, era para dar agua a los animales. El pilar lo hizo Casto siendo alcalde del pueblo, allá por el 1922 o algo así. Era grande, redondo, con unas curvas y unos picos, bien bonico que era, mejor que el pilar largo de después. Para beber había que ir a la fuente Miranda a por el agua. Luego la trajeron de allí hasta el pueblo. Muchas mujeres iban por ella con el cántaro al ijar y el botijo en la mano. Un cántaro te costaba una perra gorda. En la casa de la fuente vivieron primero la Pedrosa y Emilio el de Chaparral, su hijo. El agua venía encañá con tejas de arriba, de una caseta que hay todavía, abajo había una manguilla de carro donde se llenaba. Estaba cayendo siempre y había una alberca. Con el agua de la alberca regaban toda la tierra aquella de debajo del camino. A veces cuando ya se agotaba mucho ponían una hoja de la noguera y hacía un chorrete como una hebra de hilo. A veces le ponían un tapón y se juntaba agua y luego cuando iba la gente la Pedrosa destapaba el tapón y llenábamos los cántaros. Era una guarrería por los trapajos que ponía allí de tapón.
La Manuela del Agua llevaba cargas de agua al pueblo para venderla. Ella pagaba allí una perra gorda y cobraba aquí en el pueblo un real. Luego donde está la báscula hicieron la fuente de los escalones, pero eso fue ya en los sesenta.
Entre las fuentes de alrededor del pueblo, estaban la fuente de la Salud o la fuente la Manca que era buen agua. El Cubillico iba allí a la fuente la Manca porque les cogía un paso. Los de aquí, de Canaleja℗, íbamos al Pozalejo. También al cerrojo Galindo que está bastante más acá del puente de la Cañá, donde hay una pared y cuando llueve sale el cerrojo. La fuente del Agua Salá, al lao del cementerio, es mala agua.

Había luz pero nada más que una bombilla en cada casa. Hubo incluso para la guerra. Si tenías que ir a otra habitación era preciso llevar un candil. En las casas grandes supongo yo que habría alguna bombilla más. La traían de Alcaraz, de Sangis y decía Pasitos, -Yo no quiero maltratar a nadie, pero me cago en la madre que parió a Sangis. Eso lo decía cuando había cine y se iba la luz, porque iba mucho al cine.
Antes del cine de Alonso hacían cine en la casa de Jesusete en la calle Mayor. Había un cine pero era cine mudo y lo hablaban. El hombre aquel, que yo no sé cómo se llamaba -había estao en Sudamérica y tenía el acento de allá- empezaba el cine y decía: “–Ahora sale el bravo Cayena, va en busca de su novia Rosa y se la quita al capitán Gustavi”. Todo lo iba explicando. Me lo contaban mis hermanos que eran mayores que yo, que ellos si fueron. En la guerra desaparecieron el cine y aquel hombre, y luego comenzó el cine de Alonso, el segundo marido de la Sacramentos, que funcionó muchos años.
Se entraba por una puerta que había enfrente de la casa de Lañas y se salía por la puerta de abajo, la que está junto a la carretera, que era también la entrada de un barecete que tenía Alonso. Todos los domingos que había cine nosotros íbamos y en invierno, como no había calefacción y mi Miguel era pequeño, lo liaba en un chal de esos pequeños que había y nos lo llevábamos al cine.
Hilariete tuvo el primer coche que vino aquí, un Ford, y Antonio el de Manuel, también tuvo otro. A Hilariete cuando explotó la guerra los del pueblo le requisaron el coche, lo conducía Francho el de Tacones, pero lo hicieron polvo. Gilda tuvo un camión, Francho iba con él de chófer. Y había otro, que era taxista, Paco el Auto.
Para ir a Albacete estaba el Terne. Tenían dos o tres coches nada más, uno que bajaba y otro que subía al día. Tardaba por lo menos tres horas. Entonces iba Silverio, un cobrador que era un animal. Las carreteras eran malísimas, de piedra picá y por eso los coches no andaban nada. Los coches llevaban la baca arriba. Allí subían las maletas y a la gente también. Cuando se llenaba la parte de abajo, la gente se subía arriba.
La primera tele fue de Gilda y la primera radio pública estuvo en la casa de Jesualdo Cuerda, en guerra. Allí estaba la Casa del Pueblo, la requisaron y como era una casa grande allí había de todo. Esa radio la quemó accidentalmente el hijo de la Visita, Antonio. Yo iba a oír la radio casa de la Marca.
Gilda tenía bar. Más arriba de su casa estaba la casa de Calicote. Más abajo había otra casa que era de la Francisca de Zancas, que luego la compró Gilda y allí puso el bar y trajo la tele, que se veía muy mal. Iba mucha gente allí a ver la tele.

Los jóvenes jugaban a la bolea y a la chítola℗. A esto se jugaba en cualquier sitio llano o en las eras con un garrote y un bote que lo chafaban hasta parecer una bola, y tenías que llevarlo a un redondel para ganar. Jugaban ocho o diez, unos en contra de los otros, formando dos equipos. Y el ganaba le decía al otro que perdía -¡Menuda hinchá de sopas te he dado!
Boleaban mucho entonces y había unos boleaores muy buenos. Mi suegro, Julián López, boleaba muy bien con las bolas pequeñas. Boleaban los domingos y muchas tardes, cuando terminaban el trabajo, se iban a la bolea. Cañero, el hermano de José Latas, y de la Rosa del Aperaor, era fino, desde el calvario la llegaba a la curva del pozo de Salvador. El que boleaba también muy bien era Bernardino. Boleando llegaban, allá esos toscares alante, hasta cerca de las labores de Peñascosa. Iban tres en cada bando, o cuatro y cuatro. Iban tirando conforme les tocaba. Casi siempre llevaban una goteta de cuerva. Si hacían dos litros de cuerva el equipo que perdía tenía que pagarla. Algunas veces la traían de Paulo, que tenía un bar en la calle Mayor más abajo de la panadería de la Anita.
Se jugaba al escondite de noche. Y ya mayorcicos jugaban a la tíngana℗. Tenías un tejo de teja y la tíngana era un cartucho de pie o una caña pequeña y se ponía el dinero encima. Cada uno que jugaba ponía cuartos, una peseta o una perra gorda, lo que fuera. Le arreabas al cartucho y el dinero caía a este lao y se quedaba con el tejo. Y no era fácil darle a la tíngana porque a lo mejor había 50 o 60 pasos de distancia. Para llevarse el dinero tenía que caer más cerca del tejo que del cartucho, y se media con un metro. Las que quedaban más cerca de la tíngana se tiraban otra vez. Podían tirar hasta diez o doce jugadores. Y cuando ganaban todo el dinero, ponían otro.
Se hacía baile casa de Pedro Alfonso, en la casa que Gonzalete tiene ahora. La entrada al horno que tenían estaba en el callejón y al baile y al casino se entraba por la puerta que da a la placeta. Había unas escaleras que subían al salón. Y en casa de Paulo también. Eran dos bares, pero tenían el sitio para el baile al lao, independiente y comunicao, y se podía ir al bar y beber lo que quisieras. En los de los bares hacían unos bailes que paqué, sobre todo en las fiestas. Empezaba a las cuatro de la tarde y estaba hasta las diez, las once o las doce de la noche.
Pero donde más bailes se hacían era en las casas particulares, en muchas de ellas. Eran bailes “familiares”, que a lo mejor ibas tú y no te dejaban entrar. Y tenían que ir las madres con las muchachas a los bailes públicos, que a los particulares a lo mejor, no. Pero si una muchacha tenía novio, iba la madre con ella, en los salones y en las casas particulares.
La música era de guitarra, laúd y acordeón. Pichi, Virginio, el hermano de Francho de Tacones tocaba muy bien el acordeón y Herminio el laúd. Julián el de la Vitorina también tocaba el acordeón. Antonio el zapatero, tocaba el laúd, y Jesús de la Edelmira de Puntas y Pedrete, el de Pedro de Anselmo, también tocaban. Había muchos músicos. Pedro Alfonso tenía un gramófono y ponía discos y eso, pero a la gente le gustaba más el acordeón el laúd y la guitarra.

Era una ilusión cuando llegaba la feria de Cortes, la de septiembre, que es cuando más gente va. La gente de aquí iba andando y en grupos. Por ejemplo los chicos y las chicas de esta calle formaban uno, pero iban también las madres y en otra calle a lo mejor se juntaba otro grupo. Y por la carretera iban sin peligro ninguno porque no había circulación.
La víspera por la tarde, pasaban en sus carros los que iban a Cortes que venían de fuera. La romería de Cortes era una fiesta muy buena. Se hacían unas verbenas muy buenas la víspera, aunque tenía mal remate algunos años. La gente se emborrachaba y venían las peleas y el refrán lo decía -Tienes peor remate que la feria Cortes. Y la noche la hacíamos paseando p´arriba o p´abajo o sentao en una piedra y un día que hacía frío de arrimarme a la caldera de los buñuelos se me pusieron los ojos como la sangre y me tuve que volver al pueblo antes de ser de día.
La mayoría de las veces nos hemos ido de madrugá, a las cuatro de la mañana o así y llegábamos a Cortes aún de noche. No podías comprar mucho porque no había dinero, a lo mejor llevabas dos o tres pesetas, comprabas alguna galguería y ya está. Y llevábamos merienda y la solíamos comer a la vuelta, en el Horcajo.
En las bodas las novias iban con un traje de chaqueta para poderlo gastar. Las novias se hacían un traje azul marino o negro, una cosa elegante y un ramico de azahar. No había fotógrafo aquí, nosotros nos casamos y no tenemos fotos de la boda. Y como nosotros la mayoría.
A los que estaban invitaos a la boda se les hacía un guisao con carne y carne frita. Se mataban unos corderos y vino, porque cerveza no había. Y no se invitaba a mucha gente, porque no cabían en la casa y no había para hacer un convite mayor. El primer convite en el salón de Alonso, fue en la boda de Julián de la Clótida y la Rosario, creo, pero Alonso no puso nada, solo el salón, y ellos llevaron allí la comida.

Las fiestas de San Antonio se han celebrao siempre, consistían en el rollo, la misa y ya. Salían a pedir para el rollo, lo mismo que ahora. Entonces pedía Mangolo, el padre de Fabián y los rollos los hacían en los hornos del pueblo. Si acaso hacían baile, como hacían otros muchos días del año.
Para la Virgen del Pilar se hacia la plaza de carros para los toros. Casi todos los años se hacían toros en la plaza y si no, en algunos corrales, como el de Amós o el de Manforro. En el corral de la posá de Antonio también se hizo un año. Había tres o cuatro novillos. Venían de toreros algunos maletillas de Albacete y echaban uno o dos para la gente del pueblo. La gente no pagaba por ver los toros. Luego, Manolo el de Tomás vendía la carne por kilos.
Venían muchos almendreros, algunos años hasta ocho o diez. Se ponían en la placeta que era donde estaba la fiesta y algún año siendo yo cría vino un tiovivo, las barcas esas y algunas atracciones para críos pequeños. Estaban las fiestas, -que duraban sólo dos días, el 12 y 13- muy animás.

Las mujeres, fuera del trabajo de la casa y del campo, se dedicaban a servir. Unas en el pueblo y las demás se iban a Albacete. Entretanto no hacían nada, esperar el verano. Cuando llegaba las mujeres iban a escardar, a arrancar y todo eso. Yo he llegao a echar un mes. Se terminaba la escarda y ya venían las lentejas, los garbanzos, entonces es que sembraban muchas lentejas. La Saturnina, mi suegra, (dice Miguel) segaba muy bien, todos los años segaba con su tío Juan José.
Lavar la ropa se lavaba en el río, en el Lavaero, aunque a los Regajos también iban cuando había agua, o a la Cañá, que estaba más cerca, por la verea Alcaraz. Antes es que corría mucho la Cañá, no había la sequía de ahora. En el Lavaero había siempre agua y en Cañagila también, y en la huerta Entamara, que ahora está seca, antes había casi siempre. En el invierno íbamos algún hombre y les echábamos lumbre, porque hacía un frio que paqué. Una vez, en el Lavaero, Ambrosio Romero echó a una de Pele al río. Tenía la hortaliza al lao del río y las mujeres iban a tender y la pisaban y el hombre se cabreó, la cogió a la muchacha y la tiró al agua. Pero a otro día fue Pele y se vistió de mujer y le dijo: – ¡Ahora me vas a echar a mí!
Había modistas. Estaba la Eulalia y la María Juana, que se enseñó con ella, y la Serafina. Cuando tenían prisa por las fiestas, alguna muchacha les ayudaba. Y a los sastres también. La Aurelia ha sido siempre la telefonista, y la Consuelo de Pasitos era la que tenía telégrafos, que estaba primero en la calle Mayor en la casa de la Herminia y luego se cambió al lao de la carretera.
Cada mujer se hacia su ajuar. La madre te iba comprando cosas cuando te ponías novia y poco a poco lo iban haciendo, las madres y las hijas: las sábanas, las mantelerías, las toallas, todo eso. Había también quien bordaba a máquina. Y a los hombres igual, las madres les iban comprando los calzoncillos y poco más. Y ya. Yo fui al Ballestero a comprar las sillas, media docena de sillas, una mesa redonda y la tarima. Por otro lao compramos la cama, las mesitas y una cómoda. Y unos poquitos cacharros. No había dinero para más.

Se engordaba el gorrino y un día antes del mataero cocías la cebolla. Por la noche se metía en el saco y se prensaba, se le avisaba a la familia y a alguna vecina y al día siguiente bien tempranico, que no era de día, ¡a matar el gorrino! Lo mataba el matachín, Juan Matías, Ponche o Agustín de la Daniana, que eran los que había y a última hora Angelón. Ponche era el que más mataba.
Le cortaban la oreja al gorrino y hacíamos un chusmarro. El almuerzo del mataero era el ajopringue℗, y te servía de comida y de cena. El que no hacía ajopringue, hacía patatas fritas o gachas. Para ello le cortaban el tocino de la barriga y la asadura, hígado y todo eso y se freía. Después en el aceite se freían las patatas y estaban muy suaves. Y a otro día ponías cocido. El día que se mataba el gorrino se hacían las morcillas y a otro se hacían los chorizos, con las propias tripas del gorrino. Cuando se preparaban los chorizos se ponía una poca carne en una sartén y se probaba. Venían los familiares tres o cuatro veces o cinco a comer y luego estaba “la misa de los nueve días”, el fritorio℗. Le decíamos la misa de los nueve días. La güeña se hacía con la carne de la cabeza, la asadura, la melsa℗, la medula, los riñones y todos los desperdicios, y si le querías echar un puñaico de carne, pues no le venía mal.

En Jueves Santo y Viernes Santo teníamos de comida el potaje. Se hacía arrozduz el Jueves Santo y había para los dos días, también caldoduz, que es el caldo con panecicos.
Para hacer el arrozduz se tuesta el azúcar y cuando tiene color de miel se le pone agua y en el agua una cáscara de naranja. Pones el arroz a cocer en esa agua y luego lo dejas en un plato pero que no esté muy seco y le añades una poquita canela y ya está. Los nuégados eran para los Santos, consiste en una torta que lleva miel o azúcar, cañamones y nueces y almendras cascujeás y estaban muy buenos.
En Navidades se hacían cosas de horno. Los hornos estaban llenos de gente para hacer todas esas cosas. En cada casa se hacían las madalenas, las tortas dormías, los nochebuenos, que eran tortas de agua de patata. Y muchos mantecaos℗, rolletes fritos y rolletes de manteca o aceite y vino. Los pericones℗ estaban riquísimos. Sobre todo para la Semana Santa y las Navidades se hacían las cosas de horno, el resto del año alguna vez. Como se sembraba panizo rosero, se hacían rosas y se comían pipas de girasol en el otoño. Los garbanzos torraos, se podían torrar en casa con yeso. Todas las semanas, venía el torraero con un cesto y llevaba una medida de madera. Los garbanzos que tu le dabas era una medida colmada y a ti te la daba raída. Algo tenía que ganar.

El maestro más antiguo era don Rafael, después estuvo don Octavio, que vivió en la casa de Brasil. Mi maestra desde el principio hasta que terminé fue Doña Pilar, la que estaba novia con Jesús Henares, el alcalde que hubo. Doña Pilar estaba hospedá con las Gordas, unas tías de Danielete que vivían en la casa del Achantao. Después estuvo de maestro Pasitos.
También me acuerdo de doña Consuelo. En guerra estuvo don Pedro Picapedrero, que no era maestro, pero como faltaba gente instruida para eso, el hombre venía montao del Ballestero en una burra y daba clases. Y Alfonso, el celador, también daba clases. Alfonso vivía en la casa donde vive ahora Antonio Romero.
El cura más antiguo que recuerdo vivía en la casa del cura. También recuerdo a don Antolino, a don Santos, y a don Hilario, que su madre era de aquí y él se consideraba de aquí del pueblo. Don Antolino vivía en El Ballestero y don Ángel estaba hospedao en casa de la Alejandra.
Don Adolfo era de los médicos más antiguos pero antes estuvo don Miguel Arenas, que era de Lezuza. Y había otros dos médicos hermanos de Hilariete, don Ricardo que era muy meticuloso y estuvo antes de don Adolfo y don Domingo que estaba en El Ballestero. Su padre Pedro Juan Gómez no tenía nada. Yo me acuerdo de verlo con los alpargates en chancleta. Era un hombre muy inteligente.
Su mujer de don Adolfo era hermana de la madre de la Eulalia y era una mujer muy fina. En su matrimonio don Adolfo era muy recto, tenían cuatro hijos, Consuelo, Paco y otros dos que no salían a la calle, porque estaban estudiando y sin embargo la Consuelo y Paco no entraban. Don Adolfo era hombre reservao, frío y muy político. Era de izquierdas y cuando venía aquí porque había algún enfermo, mi padre (Julián López) y el médico se estaban por ahí adentro un buen rato hablando de lo suyo.
De veterinario teníamos al padre de Indalecio, que se llamaba también don Miguel. Se juntaron el médico y el veterinario que se llamaban los dos don Miguel.
Alguaciles fueron el Rojo, y Paco el Manco. El rojo era alguacil y pregonero. Antonio Ramón y Juan y Barretas fueron pregoneros después. De barberos, estuvo Patrón, que tenía la barbería en la calle Mayor más arriba de la tienda de David. Funcionaba por igualas. Al año le dabas cinco duros o lo que fuera, según lo que tuvieras arreglao. Entraba el corte de pelo y el afeitao, entonces los hombres no se afeitaban ellos. Si se afeitaban una vez o dos a la semana iban a la barbería. Y el hijo de Patrón, Ángel también fue barbero, y luego alguacil. Tenía la casa enfrente de la de Porfirio en la placeta y tenía un subterráneo, una cueva, donde metían vinos antiguamente, por lo visto.
Herreros eran Tomás el herrero e Ignacio el herrero. Tomás tenía su taller en la calle de la Fragua e Ignacio el herrero, el padre de Alfonsete, ahí en la calle Zapateros, donde todavía está. Y de aperador, Ruperto, el padre de José Latas y de Cañero. Arreglaba aperos y hacían carros nuevos. Y tenía mucha gente y una clientela que paqué, venían de fuera porque trabajaba muy bien.
Gerardo y Francisquete eran los carpinteros.
De sastres estaban Ángel el sastre, José el Casinero y Fortoso. José el Casinero tuvo a su Paco, a Paco el de la Mariapaz y a Emilio Zarza.
Ángel el Sastre vivía donde vive la Mercedes del Gordo. Y el último sastre que quedo por estos pueblos fue Paquete.
Tiendas las de Morales, el padre, que se llamaba José, Vicente el de la Mercedes y la María Juarrico, la madre de la Sacramentos, que tenía su tienda donde vive la Maruja en el rincón de la plaza. Luego la Gilda también puso. Hornos había en casa de Valeriano, la Teófila, la Isabeleta, y había otro en la casa el Blanco, enfrente de la casa de Pele. La gente amasaba cada uno en su casa. Se solía amasar media fanega, 22 o 23 panes. Luego venía la hornera, cogía las palillas de los panes y los llevaba a cocer al horno, y tenías pan para 15 días. Y estaba bueno, mejor que el que hay ahora. Se pagaba un pan, que era la poya, o con dinero. Los panaderos no vendían pan, si vendían era la poya. Valeriano vendía porque tenía el racionamiento. Con media fanega a lo mejor salían 15 panes y le dejabas uno al hornero.
Posadas había tres, la posá del Arco, la posa de Antonio y la Posa de la Crescencia. En la del Arco había una chimenea redonda en medio de la cocina y se podían sentar todos alrededor. Era grande. La posa de la Crescencia estaba más arriba, donde vive la Angelita de Lañas y también eran de la posá la casa de la Mariascen del Rubiano y la de Antonio de Caeles. Todo eso era la posá.

Antes de la vía no había trabajo y cuando entró Primo de Rivera en 1923 fue cuando movió eso, que fue la salvación de todos estos pueblos durante muchos años. Yo lo que me acuerdo es que íbamos a llevarles la comida a los hombres a los Pocicos, nos juntábamos las mujeres e íbamos a llevarles la comida; yo se la llevaba a mi padre en un ollero℗ de esparto.
La gente iba a echar temporadas a la aceituna y a la vendimia. A la aceituna se iban y cuando terminaba la recogida, podaban, después cavaban las olivas y venían ya a punto de echar a segar. Se iba toda la familia con el carro y la mula, los que tenían, y los que no, andando. Muchos nacieron allí. Iban muchas familias a Andalucía, por lo menos 15 o 20 familias: A Arquillos, a Aldeaquemada. Mis padres iban a Arquillos. A la vendimia iba menos gente y menos tiempo.
Muchos de los pastores se tiraban todo el año debajo de una lona, en tiendas. Los que estaban con los Flores esos no salían de la tienda más que cuando iban a mudarse cada 15 o 20 días. Y los de aquí también. La tienda era una cosa mala. No pasaban frio porque tenían una buena lumbre pero si rodeaba el aire y venía la nieve de cara a la tienda se echaba la nieve encima de ellos. Comían gazpachos. Los gazpachos vienen de los pastores, no vienen de otro sitio. La torta la hacían sin levadura. Ponían una piel trabajá en el suelo, que es el tortero, echaban tres o cuatro garfás℗ de harina, hacían un pozatete, echaban la sal y lo sobaban bien sobao, y la dejaban dura como una piedra y fina. La echaban a la lumbre y luego abrían la torta por el medio. Hacían torta todos los días y dejaban en el tortero un poco de torta para cenar a la noche. Y para hacer los gazpachos si mataban algún conejillo lo freían, le echaban un ajo, aceite, la torta y un poco de agua y ya está. Si no tenían conejo los gazpachos estaban “viudos”. A los pastores les daban el piujar, les daban 30 cabras al año y unos 30 o 40 duros y la comida. Los muleros tenían su piujar también en trigo.
El primer tractor sería de Antonio de Manuel o de Hilario el de Jesualdo. Con Hilario iba Luis Sagatos.
Antes había muchos azafranares. Las navas esas las he visto yo llenas de rosa, de la Fuente Miranda para abajo, todas esas suertes. Y en llegando la rosa todo el mundo a la rosa. De cinco libras en crudo de azafrán quedaba una de tostao.
Arranque había de lentejas y garbanzos y guijas. Los que más tenían no eran los ricos. El Nano si sembraba y Antonio el de Manuel también. La Santiaga era su manijera.

Sucesos. En la posá de Antonio, el padre de Melquiades, murió uno, que lo cogió un carro. Era uno que llevaba tres mulas o cuatro y se le enredó al hombre la faja en los pies y cayó, pasó el carro por encima de él y lo partió. Y un hijo de Miguelico, Miguel, también se mató en un accidente de carro. Iba a Casapablo, volcó con el carro y lo cogió debajo y lo mató.
Calicote, le pegó fuego a su casa. Este hombre tenía una casa de planta baja y como la tenía asegurá, le pegó fuego y se hizo luego una casa con dos pisos.
A nosotros (familia Sepúlveda) un año se nos quemó la mies en la era de los Bernardos, donde está la casa de los Bonilleros. Se le pegó casi a todo lo que había, se salvó muy poco, ciento y pico de fanegas de trigo ardieron. Yo le echo la culpa a algún segaor que pudo dejarse una caja de cerillas entre los tresnales.
Donde está la gasolinera también cayó un camión con yeso y ardió. En el puente de los Tres Ojos han caído muchos camiones.
Un hijo del Cureta lo mató un camión ahí en la carretera, en las portás de Manuel del Chato. Tenían gasolina almacenada en los túneles y unos camiones del Estao iban a cargar allí. Uno de ellos paró porque estaba saliendo el ganao y el muchacho estaba con unos pocos animales. Le pegó un topazo un borrego y lo metió debajo de las ruedas cuando el camión que arrancaba se hizo para atrás.
José Fernández Redondo, el tío de mi cuñá Joaquina, en El Cubillo, se ahorcó no sé por qué. Era capataz de la carretera. Tenía su mujer, no tenía hijos.

Lo del gorrino Antón era muy bonico. Cada año se dejaba un Antón. Entonces tenían gorrinas de cría y decían: -Si no le pasa nada a ninguno echo un gorrino Antón. Cuando ya no mamaban lo echaban a la calle. Iba de puerta en puerta, gruñía y le echabas una piña de maíz, o un puñao de centeno o de trigo. El animal se lo comía, sabía que ya no le iban a echar más y se iba a otra puerta, pero nadie le tocaba. Y se hacía un gorrino muy hermoso, de cinco, seis o siete arrobas, y luego se rifaba. En la rifa había que pagar algo para la iglesia, pero poco; era la iglesia la que organizaba la rifa.
Mi tía Encarnación de Casto no tenía mataero y un día entró el gorrino Antón a su casa, y le echó un puñao de lo que tuviera. Cuando se iba dijo así: – San Antón bendito, por donde sales, que entres. Y a otro día, lo rifaron y le tocó.

Había mucha gente que tenía una cabra o dos y las echaban a un ganao que formaba el pueblo. Se llamaba el ganao de la vez, luego después le decían el ganao de la Dula. El que tenía unas ovejas las echaba, aunque había quien echaba 50 ovejas. El pastor salía cada mañana a la calle, tocaba una cuerna que llevaba y entonces sacaban los animales, las recogía y se las llevaba a la Dehesa Boyal. La dehesa está en los Medianiles, el Carabuco….y llega hasta el Charcón. Desde la Huerta Entamara para arriba ahí hay 400 fanegas de Dehesa Boyal. Al pastor se le pagaba según las cabezas que tuviera cada uno. El que no tenía corral para encerrar sus animales los encerraba arriba, en el corral de Manuel.

El Calvario es un monumento para el Santo Entierro que está ahí desde siempre. Antes había uno pequeñico, una torreta enlucía de yeso y con una pequeña cruz de madera arriba, pero sin el poyo que ahora tiene. Lo hundieron por lo que fuera, e hicieron ese más ancho de abajo y con su torreta nueva. El Santo Entierro siempre ha descansao allí. Antes se iba con faroles por el camino, pero las mujeres también hacíamos unas farolas de papel, de cartón, con cuatro partes, rematadas con forma de corazón y entre medias le poníamos la vela, que iba en una caña por donde se cogía. Poníamos papel de colores y le hacíamos dibujos al cartón, una cruz, o lo que fuera, y luego la luz iluminaba estos dibujos y estaban muy bonicos. Todas las mujeres nos hacíamos farolas, tanto las mayores como las pequeñas. También se vestían muchos nazarenos, muchísima gente, muchachos pero hombres también; estamos hablando de los años cuarenta, pero luego se perdió. Y ponían las tablillas redondas con números romanos para las estaciones, cada una donde tocaba. Esto se ha recuperao y David se encarga de ponerlas.

Después de explotar la guerra, Perolo, (Hilario Rodríguez Cruz) hizo una labor muy buena. Evitó que mataran a los más ricos de aquí, porque vinieron a por ellos para llevárselos. A Ortega vinieron a por él, porque además, era diputao, tenía un cargo importante. Salió Perolo a la calle y les dijo: -Señores, de aquí no sale nadie, aquí no hay nadie malo, vénganse conmigo. Se los llevó y les hizo una invitación. Mató un cordero o un cabrito, se lo comieron y los salvó de que los fusilasen.
Venían también los de recuperación en un camión con tres o cuatro soldaos. Llegaban a la casa de los ricos y se llevaban de allí, mantas, ropas, y otras cosas para el frente. Mi suegro también iba con ellos. También había una mujer que iba en el grupo de recuperación. Llevaba un mono y su fusil colgao: era de la Paca la Tuerta.
Ningún rico del pueblo se fue durante la guerra. Pepe Martínez estuvo aquí en el pueblo, y nadie se metió con él. Hilariete también estuvo aquí, Y Miguelico, que todos los días iba el hombre al correo a ver si le traía carta de tres o cuatro hijos que tenía en la guerra.
Había cuatro o cinco casas requisadas. En casa de Jesualdo estaban los evacuaos y también la Casa del Pueblo. El estuvo en casa de su madre. En la casa de Amós también había evacuaos, pero él vivía allí. La de Pepe Martínez también estaba llena de evacuaos y él vivía en otra casa en la carretera. Los jóvenes socialistas o comunistas tenían una casa también, era la casa de la África. También es posible que incautaran la casa de Modesto Molina, que estaba casao con la señorita Pilar. Ellos estuvieron una temporada viviendo en Vianos. Su casa era donde vive la hija de Poli ahora.
De evacuaos vinieron camiones enteros, había una montoná℗ de evacuaos de Navalcarnero y de esa zona de Madrid. Se apañaban como podían en las casas. Era muy buena gente pero no estaban acostumbraos a las cosas del campo y por eso algunos pasaron dificultades. Trabajaban pero a su manera. Mi padre buscó a cuatro o cinco evacuaos para segar, pero claro, no sabían.
El consejo también requisó los ganaos a todos los ganaderos. Matas Negras, Pedro Cobo, la Hoya del Conejo y todo eso era donde tenían todo el ganao, y muy bien cuidao, porque cuando se terminó la cosa los ganaderos se llevaron el triple de ganao que les habían quitao. Porfirio Garví tenía unas 100 ovejas y cuando terminó la guerra se llevó a su casa más de 500 ovejas.
No hubo represalias contra la gente de derechas. Les hacían que trabajasen, pero el que no trabajaba tampoco lo castigaban por eso. A Jesualdo le requisaron las mulas que tenía y dijeron de dejarle un par para que él labrara. Y dijo: -Si tengo que labrar yo os las podéis llevar, no me dejéis ninguna.

Entre las bajas de guerra estaría Perciliano, que era hijo de la Alejandra. Murió en la guerra pero no sé cómo. Faltó Santos, hijo de la Francisca y de José, el de la María Roces. Era el marido de la Virginia de Paulo y tenía un hijo que vive en Palma de Mallorca, si no ha muerto. Y Manolo el de Antoñarro. Y Feliciano el de Manolete de los Eustasios, que murió en Extremadura, donde estaba mi Benjamín (Sepúlveda). Emilio Lorenzo, el hermano de Melquiades, el de Antonio el de la posá, murió en el Ebro. Allí estaba otro hermano mío, Ricardo. De Bacalá murió uno pero en la guerra no, que yo recuerde. Y entre los desaparecidos estuvo Sidoro, el hermano de la Mariaelseñor, el de la Juliana y mi tío Francisco González. Hubo gente escondía aquí en el pueblo. Nicanor estuvo mucho tiempo herido aquí durante la guerra. Le echaba cuento y cuando no lo veían se metía las muletas debajo del brazo y salía corriendo.
Al terminar la guerra a muchos los metieron presos. En la cárcel estuvo Pichi, que era de Tacones. Mi hermano Benjamín estuvo preso en Albacete y luego lo llevaron a un batallón de trabajadores. No tenía ningún cargo político pero era de las juventudes y participó en el requisado de algunas cosas, lo denunciaron y fue a la cárcel. Y Román Pérez Martínez. La Damiana, que era la mujer de Román, tenía tres en la cárcel. Cogía la mujer un saco de pan y de comida y andando iba a Albacete a llevarles comida.
Y estuvo también mi tío, Isidro González López, que nunca ha dao un ruido pero que era de izquierdas. Mi padre, a lo mejor hizo algo más que estos, porque eran de los de recuperación, pero no hizo daño a nadie. A él si le hicieron luego. Lo pasó mal. En la cárcel pasó mucho, y estuvo muchos años. Y me parece que se escapó de la cárcel porque una noche se presento aquí en mi casa, vestío de negro y seco que no se podía tener de pie. Estuvo unas horas y sin poder irse, porque estaba medio muerto, se volvió a ir. Estuvo primero en Alcaraz, luego lo llevaron a Albacete, tres años o por ahí, después a Santiago de Compostela y por último lo desterraron a Burriana. El tenía una habitación allí y trabajaba, pero no podía venir al pueblo. Por eso nosotros fuimos a verlo. Una vez me llevó mi madre. Luego cuando le levantaron el arresto vino y se puso a trabajar en el ferrocarril de barrenero. Julián el de la Antolina, que esta casao con la Rogelia, era un chico inteligente e inofensivo que estuvo en la cárcel de Alcaraz. Tendría 18 años cuando lo llevaron a la cárcel, por ser de izquierdas. Los de la Antolina, todos estuvieron en la cárcel. Tu tío Ángel Pastrana también.

La posguerra fue muy fea. El alcalde fue Porfirio y el jefe de Falange, su hijo Poli. Era la Falange la que mandaba. Devolvieron lo incautado con creces. Hicieron mucho daño, repartieron mucha leña y a Planchas lo fusilaron. Planchas era de Peñascosa y estuvo de secretario del ayuntamiento aquí. Después de la guerra lo metieron en la cárcel y lo fusilaron. Fue el único caso. Se llamaba Ramón y vivía con su mujer y sus hijos en la casa de Ponche, más debajo de Jesusete.
Había toda clase de represalias. A mi Ricardo lo pelaron porque dio dos o tres pasos para cruzar la calle cuando estaban cantando el Cara al Sol y lo encerraron en la casa de Falange. Y a tu tío Ángel, también lo pelaron. Les obligaron a todos a ir a misa escoltaos por la Guardia Civil. Tenían que ir al cuartel y del cuartel los llevaba la Guardia Civil a misa. Y dijo Perolo: – ¡Que me llevan a misa… pues voy a misa! ¡Que levantan el cáliz… pues me cago en él! Y entonces el cura, don Antolino, ordenó que no fuera ninguno que no quisiera ir. Y allí se cortó aquello. Y a lo mejor tenías que ir a trabajar de balde por cualquier arresto que te hacían y cosas de esas. La Guardia Civil por menos de na, pegaba. Hacían lo que les mandaban pero había dos guardias que eran muy bordes: el Gallego y Ángel. Esos dieron leña y pusieron denuncias a punta pala.

Todo el mundo tenía que estraperlar si quería comer. Valeriano tenía el pan del racionamiento. Hacía pan con salvao, que entonces no lo quería nadie, no como ahora que lo toman para adelgazar. Con las cartillas de racionamiento no había bastante, no daban casi na de pan, dos chuscos de aquellos. La gente pasó falta pero a Valeriano no le fue mal, porque fue el que más tierra compró en aquellos años.
Estraperlaban con aceite y pan. El pan lo traían del Ituero y del Masegoso. La Eloína de Chango iba dos veces a la semana y traía dos cargas de pan, lo vendía de manera reservá a medio pueblo y era caro. Si la cogía la Guardia Civil se lo quitaban.
Aceite estraperlaba el Ángel Soriano del Cubillo. Se cargaba una fanega de trigo a cuestas y la llevaba a Beas y pacá se traía cuatro arrobas de aceite, por esos caminos de la sierra. Por la carretera sólo venían los estraperlistas que tenían el visto bueno de las autoridades. El Sordo, que era el sargento que había aquí si cogía a cualquiera le quitaba el aceite que llevara y se lo llevaba a su casa, no al cuartel. Jesús Henares, que era el alcalde, también se beneficiaba. Por ejemplo, si cogías habas blancas tenían que llevárselas a él y las pagaba como le diera la gana, no podía venderlas a otro. Llevábamos las habas a donde estaba Falange, debajo de la casa de Hilario. Lo primero es que no las pesaba bien y luego las pagaba al precio que quería. El hacía negocio y luego compró la vega del marqués del Cubillo. Había gente del pueblo que cocían pan y lo vendían, como la Alejandra de Mata. Un día fui (Emilia) a comprar pan y cuando venía por la plaza me hicieron llevarlo al ayuntamiento y nos quedamos sin él.
De los maquis aquí nada: eso en El Cubillo y en Los Chospes. Cuando lo de la condesa en Mirones iba Chichango que era de Villarrobledo. A Acacio, que era el padre de Antonio el de la Purica, se conoce que los vio y no los delató y le dieron una paliza los civiles. Lo colgaron de las manos para que declarase y lo desgraciaron al hombre porque tenía un peso grande. Y murió a los dos o tres meses. Y uno que era familia de Cayetano, el molinero de las Torrenteras, que se llamaba Guzmán, lo mató Chichango porque no quiso ir a Cortes, el día de la fiesta de Cortes, a tirar una bomba. Chichango le pegó dos tiros y lo llevaron al Arquillo o por ahí. Y me acuerdo que pasó la Guardia Civil por la Casanueva con un carro donde lo traían ya muerto. Habían cogió a Chichango y él dijo que lo había matao porque no quiso hacer aquello.»