Ya no quedan chozos en el campo. Nos parece que ya no hay porque no nos fijamos ni por supuesto, los buscamos. Sin embargo quedan restos de decenas de ellos, aunque los pobres ya no son lo que eran, han perdido su función y la mayoría también su antigua compostura.
Francisco Gómez pretendió a una paisana y la obsequió con algunas alhajas, como eran unos zapatos de alfombra y unas medias alagartadas.
Ella, María García, le correspondió con unos calzoncillos de lienzo de cáñamo y una corbata de ruán.
Sin embargo solicitó a Antonia de Bargas, del Ballestero, para contraer matrimonio.
El padre de María le exige el cumplimiento de la palaba dada «no habiendo desigualdad en sangre y demás circunstancias que se requieren para no efectuarse los matrimonios».
¿Cómo escaparía Francisco? Veamos los precedentes.
Son estos de las fotos, varias encinas y una sabina que parecen haber salido de la peluquería: los volúmenes muy marcados y redondos y el cuello perfectamente hecho.