Miguel de Ortega veía próxima su muerte y se lamentaba de no contar con tiempo suficiente para cumplir sus sueños, unos sueños, casi pesadillas, que últimamente le asaltaban y no le dejaban vivir de tanto como apremiaban. La culpa era suya por no haberlos tenido en cuenta antes. Ahora, en 1696, presentía que ya era tarde, aunque quizá pudiera hacerse un último y quizá, descabellado intento.
Esta no es una novela rosa, pero sí que hubo una buena dosis de pasión mezclada con otros muchos ingredientes, tantos que, merecerían ser plasmados en una película.