1838, annus horribilis

Desgraciadamente este calificativo se lo tiene bien ganado, y por varias razones.

1.      El total de difuntos

Vayan por delante las cifras en frío. En 1838 murieron 64 personas, lo que supone:

  • Una tasa de sobremortalidad del 230%, o lo que es lo mismo murieron más del doble de personas que en un año normal de su década.
  • Esa cifra es la mas alta en los últimos 300 años, sin parangón alguno en el tiempo que Robledo tiene la categoría de municipio. Habría que remontarse muchos años atrás, a 1695,  para encontrar un porcentaje sensiblemente peor (327%).
  • La cifra de muertos supone aprox. el 8 de la población que había entonces. (Sería equivalente a si, Dios no lo quiera, un año de estos hubiera 32 fallecimientos en el municipio)

El municipio de Robledo, que apenas tenía un año de recorrido, contaba con una población estimada de 200 vecinos -el último padrón oficial de Alcaraz de noviembre de 1835 le asignaba 181 vecinos-. El ayuntamiento, recién constituido, estaría imbuido de grandes ilusiones pero a la vez de una gran falta de experiencia para los momentos tan difíciles que le tocó lidiar por ese alto número de fallecimientos y, además,  por las complicaciones económicas y legales que buena parte de ellas llevaban aparejadas.

Con ser las cifras absolutas muy relevantes, más lo van a ser cuando repasemos las circunstancias, dramáticas, de la mayoría. Con todo, si dividimos el año en sus dos semestres observamos que el segundo fue momento de un mayor número de entierros, en concreto 34, lo que no quiere decir que fuera más extraordinario, antes al contrario, mientras que en la primera parte del año nos perturban dos cuestiones tremendas, como son la aparición de unos cadáveres y las muertes por el hambre, el segundo semestre solo encontramos como gran elemento perturbador a la epidemia que llegó para cerrar, en negro, como no podía ser menos, tan funesto año.

2.      Los cadáveres

Seis son los cadáveres que se registran. Seis en cuatro meses. Entre el 19 de enero y el 5 de abril. Tres meses y medio para ser más exactos. Se denominan cadáveres porque son cuerpos que aparecen diseminados por el término y que corresponden a personas totalmente desconocidas, todos hombres y de distintas edades.

Aparecieron por el camino de El Ballestero, por Vaoblanco, el Campillo, la fuente Aparicio… Unos eran mendigos que gastaron aquí su último aliento;   de otros, no se dice nada salvo lo evidente, que era cadáveres. No obstante, hay un grupo especial, los asesinados a tiros, de los que sí que hay más detalles de su muerte. Son dos y a ellos vamos.

El primero, dice el cura en su registro, que había sido traído por la justicia local “desde el sitio titulado el Vallejo de las Charcas, en el Cuarto de Cerromoreno. Fue muerto de un tiro que le disparó el mayoral del ganado de Juan Flores, a consecuencia de haber ido con otros ladrones a robar algunas reses y principalmente por haber disparado el difunto ladrón un tiro al mencionado pastor”  (En la foto)

Sin título

La situación de la comarca era tan dura que el fenómeno del bandolerismo campaba a sus anchas. Por Cerromoreno, pero también por el Algibe, donde, un mes después apareció otro cadáver, tras un incidente calcado al caso anterior pues se dejó escrito que “fue muerto en ocasión que acompañado de otros cuatro, iban a robar algunas reses de ganado lanar a cuyo fin disparo antes un tiro a un pastor que se hallaba en la tienda y no habiéndole salido el tiro dio lugar a que el dicho pastor le disparara un tiro del que murió a las dos horas”

 Tantos casos de personas fallecidas, sin conocer los pormenores de las causas debieron sembrar el pánico en los lugareños. Hombres de campo y pastores, saldrían acobardados a sus faenas. 

3.      Los muertos de hambre

Por si no era suficiente,  otra amenaza se abate sobre el vecindario. Cerrábamos el capítulo anterior el 5 de abril. Ese mismo día se da cuenta de la muerte por indigencia de Raimundo, un niño de 8 meses hijo de madre soltera. Quizá era la víctima más fácil y fue la primera en morir pero en el mes fallecieron 4 más. En mayo la cosa  no fue mejor y murieron 5  y en junio, en las puertas del inicio de las cosechas, perecieron otros 7. En total, en la primavera de este año fueron 17 los fallecidos, todos de Robledo, ya fueran naturales o vecinos en ese momento en el municipio.

Aun desconociendo los pormenores de la situación económica de la zona en esos momento no hay duda ninguna que todo lo relatado  es producto de la necesidad extrema, hasta unos niveles nunca visto por aquí. Una situación que venía imperando, sobre todo para los más débiles desde bastante tiempo atrás, años seguramente.

Murieron los más débiles, tanto los pequeños como los mayores. Los ocho niños eran de familias pobres y de edades comprendidas entre  un mes de vida y 9 años. Se anota como causa de la muerte la “ falta de alimentos”, una causa que en casa de José Antonio Vinuesa se llevó por delante a dos de sus niños, Juan Jesús y Lucía.

Y a tres en la casa de las Pertusa. A la abuela, a la madre y al hijo. Es posible que vivieran los tres solos y eso facilitara su agonía. Estaban etiquetadas como pordioseras, mendigas.

Otros familiares afectados fueron Javier Alfaro, muerto de inanición y su nieta María Felipa, hija de padre desconocido.

Todos, sin excepción,  fueron enterrados de limosna.

4.      La epidemia

La mortandad se va a cortar, de manera casi milagrosa con la llegada del verano, con la única excepción de Dolores, una muchacha que contaba con una ventaja, sus 16 años de edad,  pero que no pudo resistir a todos los inconvenientes que tenía su vida, Era expósita, y por su mala suerte llegó al estado de pordiosera y por “falta de alimentación” expiró en el mes de setiembre.

No hubo más casos. La cosecha de ese año debió ser una bendición para un pueblo tan vapuleado. No obstante, quedaron efectos indirectos, que son los que podrían explicar que en la segunda mitad del año se diera una morbilidad muy por encima de lo normal, protagonizada por las enfermedades comunes con la aportación extraordinaria de las epidémicas. La población quedo debilitada tras superar esos angustiosos meses y cayó en mayor número de lo normal, como lo demuestra el que los adultos, fallecidos en mayor número que los niños, pertenecían a las familias más pobres de la localidad. Y lo sabemos porque de los 18 que fueron enterrados diez eran pobres, incluyendo entre ellos 2 que lo eran de solemnidad.

La viruela, una enfermedad epidémica que visitaba con frecuencia el caserío encontró el campo abonado e hizo sus estragos de manera breve pero muy contundente. Se llevó por delante a 9 niños, el primero  Luis, un hijo de 3 años de José Sevilla, que murió el 16 de noviembre. El último, Higinio de diez, lo hizo el 29 de diciembre. En menos de mes y medio se llevó por delante a los nueve, una cifra solo superada, desde que hay registros, en los años 1863 y 1891

Resumiendo, nunca en la historia moderna de este municipio hubo un año tan terrible como el descrito.

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